Por Lourdes Zabalza
14 de enero de 2020
Publicado originalmente en https://cultura.nexos.com.mx/volver-al-jardin-surrealista-de-edward-james/
Hace varias décadas un poeta inglés quiso crear su propio jardín del edén. No cabe duda de que estaba poseído por el espíritu del surrealismo. Y por el del dinero. Pensó en muchos lugares, consultó libros, habló con viajeros, realizó varias expediciones, pero no tenía muy claro dónde plasmar su gran sueño. Al igual que otros artistas europeos, Edward James (1907-1984) quedó cautivado por México, el lugar surrealista por excelencia según André Breton. James coincidía con esa visión: “México es un país surrealista porque aquí pasan y se hacen cosas que no pasan ni se hacen en ninguna otra nación”.
Estaba obsesionado con las orquídeas; también con devolverle a la tierra algo del paraíso perdido. En Cuernavaca escuchó por primera vez de un paraje —a quinientos kilómetros de distancia, en plena selva de la Huasteca potosina— cubierto de orquídeas silvestres. El telegrafista Plutarco Gastélum le dijo que cerca de ahí caían varias cascadas entre la vegetación delirante. Aves, plantas, árboles, flores, cascadas: esas imágenes germinaron en la mente del autor de la novela El jardinero que vio a Dios (1935). Al llegar a Las Pozas, mientras se adentraba en ese paisaje casi onírico, varias mariposas azuladas formaron una especie de nube sobre una de las pozas; era la esperada señal divina para Edward: ahí debía surgir otro jardín del edén con orquídeas y plantas de todo el mundo.
¿Quién era ese excéntrico personaje de barba vestido de túnica que paseaba con un ave exótica sobre el hombro? Los del pueblo lo llamaban “el loco inglés”. No se explicaban qué hacía en esas tierras ese extraño vagabundo, blanco de todas las miradas. “El loco inglés” era el ahijado del rey Eduardo VII de Inglaterra, aunque él mismo sospechaba que era nieto del monarca debido a la cercana relación que mantuvo con su abuela. Edward James Forbes nació en Escocia en 1907, pero desde niño vivió en la mansión familiar de West Dean en Sussex. Siempre estuvo rodeado de lujo y refinamiento. Heredero de varias fortunas, dio rienda suelta al trajín de sus sueños. Trabajó solo una vez: un par de meses en la embajada de Inglaterra en Roma, pero no le gustó. Prefirió viajar por el mundo, escribir y dedicar su vida y parte de su fortuna al arte. Primer mecenas de Dalí y su principal coleccionista, firmó un contrato con el artista catalán para financiar varias de sus exposiciones. Fue en su mansión de Sussex donde Dalí creó el Teléfono bogavante, La silla con brazos y el Retrato de Mae West, ese departamento con un llamativo sofá de labios. Edward James fue también mecenas de Picasso, Max Ernst, René Magritte, George Balanchine, Leonora Carrington e Igor Stravinsky, entre otros. Es menos conocido el Edward James escritor; algunos poemas suyos, ilustrados por Dalí, se publicaron en la revista Minotaure que él mismo financiaba; otros fueron musicalizados por Francis Poulenc.
No es difícil imaginarlo caminando —tan acostumbrado al refinamiento, a la exquisitez de los lujos europeos y a sus modales plagados de maneras y reverencias— a finales de los años cuarenta en medio de gente que no tenía la remota idea de quién era, en una tierra de murmullos, supersticiones y leyendas, cuyo nombre tiene hoy fama mundial por su delirio arquitectónico.
Además de recolectar plantas en sus constantes viajes, James creó un zoológico con venados, ocelotes, serpientes, flamencos y otras aves por las que sentía predilección: él mismo decía que estaba a punto de convertirse en una de ellas. En 1962, al regresar a su edén encontró que su plantación de orquídeas había sido arrasada por una extraña helada. Enseguida encargó a un ejército de más de cien artesanos un conjunto de orquídeas gigantes de cemento —acaso monumentos a su propia memoria. Al fin y al cabo, ya lo acechaban las pérdidas. Su matrimonio con la bailarina austríaca, Tilly Losch, que no quería hijos y que amaba más bien su fortuna, duró apenas tres años. El conjunto escultórico Los siete pecados capitales, en Xilitla,evoca el ballet homónimo de George Balanchine, que financió Edward James y en el que bailó Tilly Losch. Otro ejemplo de cómo quiso dejar sellados sus recuerdos en piedra. Edward James no volvió a casarse. Simplemente se ató a una imaginación insaciable. Y cerca del pueblo de Xilitla el “loco inglés” empezó a levantar edificaciones laberínticas, sinuosas y onduladas, un puente inconcluso, serpientes, gaviotas, escaleras que suben al vacío —Stairway(s) To Heaven encarnadas—, un cuarto en forma de ballena, otro con una terraza para recibir una multitud de aves coloridas, una bañera en forma de ojo que hacía llenar de pétalos de rosas para bañarse mientras contemplaba el paisaje, entre otros.
El constructor de sueños le mandó edificar además la Casa de los Peristilos, la Casa de las Plantas y un monumento floral para Max Ernst (aunque esa parte del jardín de Edward James es propiedad privada: le pertenece al arquitecto norteamericano Christopher H. L. Owen; el resto del espacio escultórico pertenece a la Fundación Pedro y Elena Hernández). El jardín escultórico-arquitectónico de Edward James es la pieza de arquitectura surrealista más grande del mundo; con una superficie de casi 9 hectáreas de jardín y 27 edificios, estructuras y esculturas dialogando con la exuberante naturaleza.
Además de amistades como Aldous Huxley o la entrañable Leonora Carrington —con la que James compartía el origen aristócrata inglés y la pasión por México— James goza de generosa fama entre los que lo conocieron en Xilitla. Entre ellos, un joven guía dice ser hijo de la cocinera privada de James y recordarlo claramente:
Él era muy amable con todos. Muchos le decíamos tío Eduardo. En Xilitla, restauró también el exconvento de San Agustín. A los artesanos les contaba las imágenes que había soñado y les pedía que las hicieran. A mi mamá cada día le pedía algo diferente de comer y de otros lugares del mundo. De ahí el restaurante “La cebolla”, que puso mi mamá con las recetas que le gustaban a Edward James.
Luego muestra moldes de madera que recuerdan los labios del sofá Mae West, entre otros que se emplearon en varias obras del jardín.
Me imagino a los más de cien trabajadores que llegó a tener para materializar su tesoro en la selva. Qué enorme distancia los separaba del “loco inglés”, ese millonario que pasó décadas recreándose en sus pétreas pretensiones estéticas. De pronto, veo dos enormes manos de piedra; tal vez evocan las manos del Creador, las del centenar de artesanos o las del propio James, sosteniendo su obsesión panteísta.
En otra parte me cruzo con la escultura de Los siete pecados capitales, siete serpientes erguidas que amenazan con la expulsión del paraíso. Parece que caen letalmente sobre nosotros. ¿Cuál de ellas se arrastraba en sus sueños? Después aparece un enorme círculo por el que hay que cruzar para seguir el recorrido: es el Anillo de la Reina, probablemente en recuerdo del de diamantes que le regaló a su esposa. Entre otros espacios del conjunto escultórico-arquitectónico, el mecenas inglés hizo construir una biblioteca, conocida como el Palacio de Bambú por los habitantes de Xilitla. Más adelante surgen vuelvo a ver esas escaleras dobles sin paradero que parecen un claro homenaje a Escher. La desvergonzada seducción de las formas por todas partes. La imaginación inmortalizada del aristócrata inglés significa una embriaguez perpetua, un escape, un refugio idílico del que nunca quiso salir. Y sus versos cobran aquí mayor nitidez:
Mi casa crece como las cámaras de un nautilus,
tras la tormenta se abre otra estancia aun mayor:
la de los sueños más intensos de mi niñez,
mi casa tiene alas y a veces
en la profundidad de la noche canta.
[…]
Llega el diluvio. La tormenta me asedia,
sedienta de mi luz, irrumpe para absorber
la flama de mi identidad. Esta casa
está en calma en espera de ese mar
cuyo hijo soy yo […]