Derechos humanos y la causa de lo causado

Por: Raúl Cervantes Andrade

Publicado originalmente en El País.

La palabra causa, además de aquello que se considera como fundamento u origen de algo, significa motivo o razón para obrar. Los derechos humanos son ambas cosas. Lo han sido desde hace muchos años, siglos, aunque con otras nomenclaturas. Sin embargo, la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 les dio un impulso con una fuerza tal que han llegado hasta nuestros días como algo que bien podríamos denominar la gran causa de causas, un paraguas enorme que cubre muchas causas y que es causa a la vez. Su razón es la misma desde entonces: el reconocimiento de la persona y su dignidad. Cuando se planteó la necesidad de redactar una Declaración Universal se hizo con el objetivo principal de proteger la vida y la libertad de las personas para que no quedaran expuestas a atrocidades cometidas fuera de la ley o bajo su amparo, como las dadas a conocer al término de la Segunda Guerra Mundial. Pero derivó en algo más grande y trascendente: un catálogo enunciativo de las libertades fundamentales de la persona por el hecho de serlo. De 1948 a la fecha, la humanidad ha evolucionado en cuanto a algunas cuestiones esenciales para las personas. Aunado a la entrada en vigor de una serie de instrumentos internacionales cuyo contenido se refiere a derechos humanos, el establecimiento de instancias supranacionales, así como sus acciones y mandatos, han contribuido a que al interior de los países se conozcan los derechos humanos y a que las instituciones, en alguna medida, los protejan (por lo menos más que antes).

Pero algo preocupa. El hecho de que una causa continúe vigente significa que aún no ha sido resuelta. Han pasado casi setenta años de la adopción de la Declaración y muchos más desde que la humanidad llegó a la primera conclusión con respecto a la protección que el Estado y la sociedad debían brindarle a las personas, y la causa de los derechos humanos se vislumbra vigente en el horizonte –hasta muy lejos–. El número de organizaciones y activistas dedicados a la atención de los derechos humanos va en aumento. Amnistía Internacional da cuenta de las principales crisis humanitarias que azotan al mundo hoy en día. La lista es muy extensa: detenciones y reclusiones arbitrarias; crímenes cometidos por fuerzas gubernamentales y de seguridad; falta de garantías jurisdiccionales; pobreza; tortura; trato denigrante a migrantes y refugiados; vulneraciones a pueblos indígenas; violencia de género; intolerancia religiosa y étnica; discriminación… y continúa, repitiéndose muchas de estas violaciones en todas las regiones del planeta.

¿Por qué no alcanzamos en definitiva la efectividad de los derechos humanos? ¿Son inadecuados los esfuerzos realizados? Creo que no. Las acciones llevadas a cabo, sobre todo, a partir de la trascendencia jurídica de ese instrumento de esencia moral que es la Declaración, han dado frutos. Pero no los suficientes o al menos no los que podría haber dado ya. ¿Qué ha faltado entonces? Johannes Morsink nos da una pista. Este profesor de derechos humanos advierte sobre la presencia de dos elementos en la Declaración que deben ser tomados muy cuenta y me parece que no ha sido así: razón y conciencia. De acuerdo con él, los autores de la Declaración veían a estas dos capacidades humanas como vehículos por los que llegamos a saber que las personas tenemos derechos. Es decir, la razón y la conciencia no sólo nos definen como seres racionales y, en efecto, como poseedores de dignidad, sino que nos permiten advertir que las demás personas, nuestros pares, también la poseen.

La razón y la consciencia nos develan la existencia de un principio ético del deber. Dicho principio comprende el conocimiento, la auto-advertencia y la defensa de la dignidad humana de los demás. Mahatma Gandhi sostenía que el respeto a los derechos depende del arraigo en hábitos y actitudes, por lo que tienen que ver mucho más con un deber que con una exigencia. La consciencia de ello depende de una razón, una causa que constituye una condición para proyectar ese reconocimiento hacia los demás. Sin embargo, esta idea, en la que se cimientan el sistema universal y los sistemas regionales de derechos humanos, proviene de una concepción, de una construcción histórica sin cuyo conocimiento y convicción, las personas difícilmente pueden tener consciencia, pues desconocen la razón. ¿En dónde debe anclarse dicho conocimiento, convertirse en razón y generar consciencia? En la cultura, en ese conjunto de rasgos comunes y lazos que engloba modos de vida, nociones sobre derechos, valores, tradiciones y creencias, que hacen posible la convivencia y que nos condicionan a actuar de determinada manera.

Desde esta perspectiva, la necesidad de proteger los derechos humanos tiene como causa primigenia el hecho de que haya quienes desconozcan su importancia o no se inmuten frente a violaciones. Esto sucede, muchas veces, porque carecen de una razón y una consciencia sobre su impacto en la dignidad. Es necesario impulsar más estrategias para fortalecer esa razón que fomente la consciencia. ¿Cuáles? Aquellas que sean más preventivas en lugar de represivas. La principal la constituye la enseñanza y la educación basadas en valores, principios y conocimientos, con el objetivo de consolidar una cultura de la paz. En la medida en que la humanidad continúe evolucionando, como lo ha venido haciendo particularmente en las últimas décadas, de acuerdo con una cultura de respeto en la que transgredir una libertad fundamental sea inimaginable, nos acercamos al día en el que la causa cese por haber combatido exitosamente su verdadero origen.

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